Era de mañana, sin embargo no llovía.
- Vete tranquila, cariño. No descansaré hasta encontrar tu huauzontle de obsidiana.
- Eh... Es un Tlacoyo de jade...
- Ah... Es que acabo de encontrar este huauzontle de obsidiana en la bolsa del pantalón, ¿no te interesa?
- Creo que eso es una caca de perro.
- ¡Ah, claro! Olvidé donde la había dejado.
Empecé a recorrer las peligrosas calles coapeñas haciendo preguntas incómodas y buscando pistas. No tardé en toparme con una de las tantas ratas del bajo mundo que viven de exprimir al desamparado. Súbitamente lo agarré del cuello y lo azoté contra la pared.
- Escúchame, gusano. Tú sabes dónde se encuentra el Tlacoyo de Jade.
- No, no sé nada, señor. ¿Me devuelve mi triciclo?
- Quizás ésto te refresque la memoria, malandrín...
Le ofrecí un trago de mi pepsilindro (el cual estaba lleno de té de gordolobo, buenísimo para la memoría), pero el bastardo se negó aduciendo que su mamá le había recomendado no aceptar cosas de extraños. Es chistoso cómo estos truhanes tienen excusas para todo. No tan chistoso como Jo-Jo-Jorge Falcón, pero... bueno, pensándolo bien creo que en realidad no es chistoso.
Como la investigación no iba a ningún lado, tuve que tomar una decisión radical e ir a la cuna de todas las actividades ilegales de Coapa: el infame Andador Once, dónde sólo los valientes nos atrevemos a ir. Mentiría si dijera que no tuve miedo al abrirme paso entre el montón de viejitas que ahí se juntan a tejer todas las tardes (algunas pueden ser muy poco amables), pero eso no detuvo mi afán por cumplir mi misión. Lo que sí me detuvo fue un cobarde balonazo en la nuca que me tomó por sorpresa.
Desperté, aturdido, en un oscuro departamento dúplex. La banda de los Tuneadores Tuneantes me rodeaba. Los reconocí porque ellos en lugar de tatuarse una lágrima en el ojo, se tatúan un hilillo de baba escurriéndoles por la comisura de la boca.
Su líder se acercó y me dijo:
- Como podrá darse cuenta nosotros no somos grandes secuestradores, pero preferimos andar haciendo ésto en lugar de representar rutinas de comedia chafas o de cantar desentonadamente a bordo de microbuses o del metro. Así que por eso le vamos a pedir un milloncito o dos para dejarlo ir.
Lo miré, desafiante, a los ojos, y simplemente dije:
- ¿Me pueden dar factura? Eso es deducible de impuestos, ¿verdad?
CONCLUIRÁ...
Monday, May 25, 2009
Friday, May 15, 2009
Chidoguán Y La Maldición Del Tlacoyo de Jade.
Las noches en Coapa siempre son duras. Es difícil dormir entre los aullidos de las incontables sirenas de policía, los gritos de impotencia de las víctimas desamparadas y los ronquidos de mi mamá. Pero yo pude. Porque si las noches en Coapa son duras, yo lo soy más.
Es verdad que en la juerga de la noche anterior (fiesta de demostración de Mary Kay con las amigas de mi mamá) me había excedido con la bebida (de soya con sabor a mamey (la leche me da chorro)) así que para enfrentar la nueva jornada necesitaba de un buen trago del verdadero desayuno de campeones: un tazón de cereal Wheaties (batido, no revuelto).
Vivir en el límite es difícil. Pero vivir en el límite de la Delegación Tlalpan lo es más. ¿Han visto cómo se pone la glorieta de vaqueritos a las nueve de la mañana? Yo sí. Yo he estado ahí.
- ¿Qué quieres que te haga de lunch?
- Maldita sea, mujer, no me molestes con nimiedades.
- ¿Te cayó bien el chayote hervido de ayer?
- Sí, mamá... Estoy ocupado, ¿no ves?
- ¿Puedes pasar a dejar el abono de la tanda a casa de la Juliancita?
Tuve que salir de ahí para evitar correr el riesgo de hacer algo de lo que después me arrepintiera (como devolverle el cambio del mandado).
Llegué cerca de las diez de la mañana a mi oficina en el mercado de Coapa (entre el puesto de las tortillas de harina y la vendedora de chiles secos). Las últimas semanas habían estado tranquilas, demasiado tranquilas, pero yo sentía en mis entrañas que algo muy podrido se estaba cocinando en las calles (y no era la barbacoa "de hoyo" del Güero). En Coapa, los crímenes sin resolver abundan, sólo es cuestión de llegar con Chidoguán, Detective Privado, para que la impunidad termine y la justicia prevalezca.
Ella entró con todos los aires de una verdadera dama y de inmediato supe la razón de su visita.
- Lo siento, señora, pero el baño es sólo para clientes- le dije.
- Tengo un caso para usted.
- Está bien, preciosa. Pero debo advertirte que estaba blufeando. En realidad aquí no hay ningún baño.
- No necesito ir al baño.
- Ah, conozco las de tu tipo... Cuando me pidas ir al baño será demasiado tarde y no habrá nada que tu o yo podamos hacer y entonces...
- ¡No quiero ir al baño!
- Bien, porque yo sí. ¿Tienes dos pesos? No, espera, mejor cuatro, necesitaré el papel...
Al regresar del baño, ella fumaba, inquieta y temerosa.
- No te preocupes, cariño, estás en una tierra sin ley... antitabaco, al menos...
- ¡Estoy desesperada, sólo usted me puede ayudar!
Abrí el tuper de mi lunch y, seductoramente, le di una mordida al chayote hervido.
- ¿Para qué soy bueno?
- Alguien ha robado una muy preciada antigüedad familiar: el Tlacoyo de Jade de Pakal.
La miré en silencio por un par de segundos y me terminé mi trago de leche de soya de golpe.
- No te preocupes, primor, yo lo recuperaré. Es lo que hago. Sólo vamos a avisarle a mi mamá para que no esté con el pendiente.
CONTINUARÁ...
Es verdad que en la juerga de la noche anterior (fiesta de demostración de Mary Kay con las amigas de mi mamá) me había excedido con la bebida (de soya con sabor a mamey (la leche me da chorro)) así que para enfrentar la nueva jornada necesitaba de un buen trago del verdadero desayuno de campeones: un tazón de cereal Wheaties (batido, no revuelto).
Vivir en el límite es difícil. Pero vivir en el límite de la Delegación Tlalpan lo es más. ¿Han visto cómo se pone la glorieta de vaqueritos a las nueve de la mañana? Yo sí. Yo he estado ahí.
- ¿Qué quieres que te haga de lunch?
- Maldita sea, mujer, no me molestes con nimiedades.
- ¿Te cayó bien el chayote hervido de ayer?
- Sí, mamá... Estoy ocupado, ¿no ves?
- ¿Puedes pasar a dejar el abono de la tanda a casa de la Juliancita?
Tuve que salir de ahí para evitar correr el riesgo de hacer algo de lo que después me arrepintiera (como devolverle el cambio del mandado).
Llegué cerca de las diez de la mañana a mi oficina en el mercado de Coapa (entre el puesto de las tortillas de harina y la vendedora de chiles secos). Las últimas semanas habían estado tranquilas, demasiado tranquilas, pero yo sentía en mis entrañas que algo muy podrido se estaba cocinando en las calles (y no era la barbacoa "de hoyo" del Güero). En Coapa, los crímenes sin resolver abundan, sólo es cuestión de llegar con Chidoguán, Detective Privado, para que la impunidad termine y la justicia prevalezca.
Ella entró con todos los aires de una verdadera dama y de inmediato supe la razón de su visita.
- Lo siento, señora, pero el baño es sólo para clientes- le dije.
- Tengo un caso para usted.
- Está bien, preciosa. Pero debo advertirte que estaba blufeando. En realidad aquí no hay ningún baño.
- No necesito ir al baño.
- Ah, conozco las de tu tipo... Cuando me pidas ir al baño será demasiado tarde y no habrá nada que tu o yo podamos hacer y entonces...
- ¡No quiero ir al baño!
- Bien, porque yo sí. ¿Tienes dos pesos? No, espera, mejor cuatro, necesitaré el papel...
Al regresar del baño, ella fumaba, inquieta y temerosa.
- No te preocupes, cariño, estás en una tierra sin ley... antitabaco, al menos...
- ¡Estoy desesperada, sólo usted me puede ayudar!
Abrí el tuper de mi lunch y, seductoramente, le di una mordida al chayote hervido.
- ¿Para qué soy bueno?
- Alguien ha robado una muy preciada antigüedad familiar: el Tlacoyo de Jade de Pakal.
La miré en silencio por un par de segundos y me terminé mi trago de leche de soya de golpe.
- No te preocupes, primor, yo lo recuperaré. Es lo que hago. Sólo vamos a avisarle a mi mamá para que no esté con el pendiente.
CONTINUARÁ...
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