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Mi sueño de la infancia siempre fue ser uno de esos heroicos niños que se caen a un pozo y salen en la tele y todo mundo se preocupa porque los rescaten sanos y salvos. Pero lamentablemente, por más que busqué, nunca encontré un pozo al cual caerme. Sencillamente, los niños de la Ciudad de México no tienen acceso a pozos caíbles y eso limita significativamente la carrera de todos los futuros niños-que-caen-en-pozos. A lo más que llegué fue a caerme a una coladera abierta, pero después de dos semanas en las que nadie se preocupó por rescatarne (ni siquiera los trabajadores que la estaban destapando), decidí salirme e ir por la caguama que me había encargado mi papá. Es muy triste que en México no haya cultura de niños-que-caen-a-un-pozo y que algunos de nuestros mejores niños se tengan que ir al extranjero a caerse a un pozo, pero mientras el Gobierno no apoye y promueva ésta actividad, las cosas van a seguir igual.

Afortunadamente, todavía en mi infancia, descubrí mi verdadera vocación, lo que de verdad me gusta hacer en la vida: respirar. Y no sólo me gusta, si no que también soy bastante bueno en eso: llevo casi treinta años haciéndolo exitosamente y sin descanso, respirando incluso hasta cuando duermo. Simplemente no puedo imaginarme pasar un sólo día sin respirar. A pesar de que el gobierno no promueve ésta actividad como debería, debo reconocer que sí da importantes estímulos a la gente que como yo, vive para respirar. Por ejemplo, recientemente recibí una beca del gobierno que me permitirá renunciar a mi trabajo y dedicarme de lleno a respirar, mi mayor pasión. Me siento muy afortunado de poder ganarme la vida haciendo lo que más me gusta y, siendo honesto, seguiría respirando incluso si no recibiera ninguna remuneración económica, por puro placer.

Y sólo espero poder seguir respirando hasta el día en que me muera.